Mi despedida del club de mis amores, escrito desde los 3 palos

Muchachos, después de tantos meses sin poder hablar con ustedes en un idioma que realmente entienda, escribí unas líneas en el suyo para este día, en el que hice con ustedes mi último entrenamiento.

Miren, todos cuando éramos chicos, un día salimos a jugar con nuestros amigos… y después nunca más volvimos a hacerlo. Fue la última vez. No lo sabíamos en ese momento, pero fue la última. ¿Quién se acuerda de la última vez que jugó con sus amigos de la infancia? Fue un día como cualquier otro, y nadie se puso más triste ni más contento que de costumbre cuando volvió a su casa.

Lo mismo pasa con los viejos amigos. En algún momento los vimos por última vez, y no sabíamos que era la última. No pasó nada trágico, todos seguimos con nuestras vidas, tratando de vivir un poco mejor cada día, y deseándoles lo mismo a esos viejos amigos. Pero quizás ni siquiera recordemos cuándo fue esa última vez que los vimos.

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¿Por qué entonces la última vez es tan cargada emocionalmente cuando sabemos que es la última? Como adultos, a veces intentamos hacer de cuenta que no pasa nada, tratando de esquivar el peso emocional que trae cualquier final. Otras veces, simplemente no sabemos cómo manejar lo que sentimos frente a eso. Y quizás, en esos momentos, ayuda pensar en la última vez que salimos de casa a jugar, porque cada vez que jugamos a la pelota, sin importar la edad que tengamos, somos esos pibes que salieron a la calle para jugar.

Llegué a esta ciudad hace relativamente poco, un poco más de un año, y me voy sin poder decir que la disfruté. De los cinco países en los que viví hasta ahora, esta fue sin duda la experiencia más difícil. Muchas cosas fueron mucho peores de lo que esperaba, pero este club fue lo mejor que me pasó acá.

Empecé a jugar con Argentina Cósmica en diciembre de 2023, y con ustedes solo hice algunas prácticas desde el verano pasado. No jugué partidos difíciles con el club, no fui a ninguna gira ni viaje… entonces, ¿por qué es tan importante para mí haber estado acá, en este club?

Algunos de ustedes ya conocen una parte de la respuesta, pero antes de irme quiero contarles algunas cosas sobre su país y el nombre de este club.

Grecia es conocida como la cuna del teatro, la democracia, la filosofía occidental… ¿Y Argentina? ¿Qué exporta Argentina? Si alguien dice que exporta fútbol, tal vez suene despectivo, pero escuchen bien cómo se exporta ese fútbol y qué significa para personas que pueden estar viviendo en otra punta del mundo.

Nací en 1987, no en una villa, sino en Tesalónica. Hasta los siete años no sabía que existía un país llamado Argentina. Lo supe por primera vez antes del Mundial del 94, cuando un amigo y vecino me dijo que en ese Mundial (el primero en el que jugaba Grecia) él iba a hinchar por Argentina "porque tenía un buen equipo". 21 de junio de 1994, Argentina - Grecia 4-0, y vi por primera - y última - vez a Maradona jugar al fútbol en vivo por televisión. Ninguna conexión emocional más allá de eso: un rival fuerte le había ganado a nuestro equipo chico e inexperto.

A finales de los años 90, justo cuando llegaba mi adolescencia, empecé a aprender más sobre ese fútbol argentino y sobre Maradona. No era solo un tipo que consumía drogas, era una figura que había hecho soñar con los ojos abiertos a gente que ni siquiera podía soñar cuando dormía. Parecía sacado de las historias de los héroes trágicos del teatro antiguo que estudiábamos en la escuela. ¿Y los otros? ¿Los que eran de la misma tierra que ese Maradona? No se parecían a los jugadores europeos: se enojaban más, se calentaban más, jugaban horrible y de repente hacían algo mágico cuando nadie lo esperaba. Algunos con el pelo largo, otros pelados, algunos con el pelo rubio como príncipes de cuentos daneses, otros con el pelo negro y rulos… Y en esa misma época, el soft power argentino, a través del fútbol, llegaba a nuestras casas cada mediodía. En Grecia crecimos volviendo del colegio y viendo Cebollitas. Nos hicimos amigos de Gamusa, que en la traducción griega lo llamaban Darusa… y quizás fue una elección profética.

En la adolescencia, el brillo de Argentina se hizo más grande, al menos para mí. A principios de los 2000, cuando en la tele pasaban imágenes de gente entrando a los supermercados y llevándose comida en plena crisis, yo estaba aprendiendo sobre las Madres de Plaza de Mayo (que nunca van a estar solas), sobre los dictadores que hubieran querido jugar al fútbol, sobre las Malvinas, que son argentinas, sobre la mano de Dios, el gol del siglo, Kempes, hasta incluso Stábile. El fútbol siempre fue la puerta para conocer más sobre Argentina. Así también aprendí que el enemigo era Inglaterra… y lloré mucho con ese penal de Beckham en Sapporo 2002.

Por esos años también leí la autobiografía de Diego. A una compañera de mi escuela, que había nacido el 2 de abril de 1987, empecé a decirle Dalmita… y hasta el día de hoy la sigo llamando así.

En 2003, en Tesalónica, se jugó el Mundial Juvenil de Básquet. En los partidos de Argentina, la cancha estaba vacía. En una tribuna estaba yo solo, con dos banderas argentinas enormes. Otra derrota, otra eliminación… y yo iba a hablar con los jugadores, que parecían gigantes, para tratar de animarlos. En 2004, en los Juegos Olímpicos de Atenas, fuimos con toda mi familia a ver a Tévez levantar un título más para la Albiceleste. Otra vez ahí, con mi bandera, mi camiseta, mi bufanda… en pleno agosto, en Grecia. Unos días antes, Argentina había jugado contra Grecia en básquet, y yo hinchaba por Argentina. Al final, también se llevaron aquella medalla.

El problema era que, mientras del fútbol podía aprender mucho – sobre todo porque todas las semanas leía una revista española, el Don Balón (en esos tiempos no teníamos televisión por cable en casa) –, el resto de la cultura argentina era difícil de encontrar. El tango ya era algo de museo, y Gardel no podía ser el ídolo de un adolescente que estaba entrando a la adultez. Pero en 2010 fuimos al cine a ver El secreto de sus ojos, y esa película fue un bálsamo. Nos mostró la Argentina en su crudeza y en su verdad… y además el Racing Club tenía su lugar en la historia. Así que se convirtió en el club al que iba a seguir.

En 2014, en pleno casamiento donde el novio era alemán, estaba viendo la final del Mundial con toda su familia… otra vez lágrimas y una sensación de soledad entre ellos. En 2018, viviendo en París, con la camiseta de Maradona en pleno Quartier Latin, cambiando los cantitos de los franceses y gritando: "¡El que no salta, no es argentino!" después del golazo de Di María. En 2020, el día que se fue Diego, la impotencia de un adulto que no sabe cómo expresar lo que siente por alguien que nunca conoció. Dalmita, mi compañera de la escuela, me mandó un mensaje: "Siempre tuviste esa locura con Diego, se veía raro, pero el mundo necesita más raros como vos". ¡La reivindicación!

Así que cuando llegué a Londres, busqué un equipo. Tal vez uno que también necesitara arquero. Igual, nunca fui arquero toda mi vida. Siempre jugué por la izquierda, de wing, tanto en fútbol como en rugby. Pero en los últimos años, mi pierna izquierda empezó a molestarme y ya no puedo ni pegarle bien a la pelota. No importa, empecé a usar más la derecha. En Italia me puse los guantes por primera vez, porque ya no podía competir por la banda con los pibes de 20 años. No fue hace tanto… apenas tres o cuatro años.

Buscando en internet encontré a Argentina FC. Díganme ustedes, ¿cómo no iba a venir a este club?

El primer año fue difícil: no tenía plata, no tenía tiempo, todo me cansaba. Empecé a jugar en Coram’s Fields con Argentina Cósmica. Ascendimos de categoría… ¡capaz la única vez en mi vida que gané algo en el deporte! Y ese verano le dije a Contra: "Ahora sí, voy a sumarme al club, ya arreglé todo, organicé mis horarios". Y él me dice: "Mirá que también está el club griego, ahí hablan tu idioma, capaz te gusta más".

Y yo pensé: "Está bien, lo dice porque es hincha de Panathinaikos y de Independiente…". Pero no, yo sabía que para mí, jugar en un club argentino, con argentinos, era un objetivo de vida.

Lo que conocía por libros y videos con ustedes se volvió vida real. Hasta ese momento sabía lo que era pelusa, Pibe de Oro, gallinas, La Doce, L’Acade… pero para empezar a entender la vida real, primero tenía que aprender qué significaba boludo.

Muchos jugadores que llegan a hacer carrera dicen alguna vez en una entrevista que jugar en cierto club es el sueño de su infancia. Algunos incluso tienen la suerte de compartir cancha con sus ídolos de pibe. Para mí, jugar en un club argentino era el sueño de mi infancia. Y sus jugadores, sin importar el nivel, eran mis ídolos, con la única condición de que fueran de Buenos Aires, Córdoba, San Miguel de Tucumán, San Luis…

Ese sueño lo viví acá, y no me alcanzó. Ni siquiera logré hablar el idioma. Hablo cuatro idiomas, estoy aprendiendo un quinto, los escucho y los entiendo, pero cuando quiero hablar español, se me mezcla todo en la cabeza y no me sale ni una palabra. Al menos hoy pude decirles algo, aunque sea leyendo estas palabras.

Y si bien sé que pocos de ustedes son hinchas de Racing, les quiero pedir una sola cosa: en Grecia, todos tienen que bancar al PAOK!

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Exploring the Intersection of Urban Life, Amateur Football, and Art in Roman Manfredi's Photography for Dazed.